Educación

¿Cómo prepararse ante un desastre natural?

Revista Latina - APRENDER y PREVENIR: La principal herramienta de  supervivencia ante un desastre natural

Un desastre natural y que medidas de seguridad seguir.

Para prepararnos para un desastre natural es necesario adoptar medidas de seguridad y anticipar a la familia cualquier eventualidad que pueda ocurrir en el país que se habite. y  aunque es verdad que a nadie le gusta pensar en los desastres es importante y sabio meditar de antemano que se realizará si llegara a suceder. Pues, prepararse con antelación puede redundar en la salvación de muchas personas, incluidos nosotros mismos.

A través de estas medidas de prevención podrá afrontarlo con valentía:

  • Tener noticias que sean fiables sobre los desastres naturales que puedan estar ocurriendo alrededor de donde usted habita. Organice distintas maneras de recibir la información, como por medio de mensajes de texto, por wasaps o cualquier otro medio disponible en el momento.
  • Instruya a sus hijos sobre las medidas básicas en casos de incendios, como mantenerse cerca al suelo para evitar el humo o tocar las manillas de las puertas para ver si están calientes antes de abrir las puertas.
  • Si habita en una zona donde es común que lo sacudan por huracanes, tornados, o incendios forestales, manifieste a su familia sobre cómo reconocer sus señales y a dónde deben irse.
  • Enseñe a sus niños sobre como comunicarse con el número de emergencia que corresponda al país donde habiten, pues esto ayudará a toda la familia. Aunque sean niños de corta edad pueden aprender a hacerlo.
  • Escoja a alguien, que no viva en el mismo lugar y que pueda verse afectada por el desastre natural para  que todos puedan comunicarse con ella en caso de quedar dispersados.
  • Identifique un lugar fuera de la comunidad donde vive donde se puedan encontrar en caso de ser separados y no poder contactarse.
  • Ensaye. Esta es la mejor manera de asegurarse de que han memorizado la información. Hagan simulaciones en caso de incendios o de cualquier otro desastre natural que pueda ocurrir en la zona donde vive. Si tiene niños pequeños, trate de hacerlo como un juego para que no se sientan tan atemorizados y estarán más dispuestos a practicar con asiduidad.

Harry Potter y el cáliz de fuego

Fragmento del cáliz de fuego

Los aldeanos de Pequeño Hangleton seguían llamándola «la Mansión de los Ryddle» aunque hacía ya muchos años que los Ryddle no vivían en ella. Erigida sobre una colina que do­minaba la aldea, tenía cegadas con tablas algunas ventanas, al tejado le faltaban tejas y la hiedra se extendía a sus an­chas por la fachada. En otro tiempo había sido una mansión hermosa y, con diferencia, el edificio más señorial y de ma­yor tamaño en un radio de varios kilómetros, pero ahora es­taba abandonada y ruinosa, y nadie vivía en ella.

En Pequeño Hangleton todos coincidían en que la vieja mansión era siniestra. Medio siglo antes había ocurrido en ella algo extraño y horrible, algo de lo que todavía gustaban hablar los habitantes de la aldea cuando los temas de chis­morreo se agotaban. Habían relatado tantas veces la histo­ria y le habían añadido tantas cosas, que nadie estaba ya muy seguro de cuál era la verdad.

Todas las versiones, no obstante, comenzaban en el mismo punto: cincuenta años antes, en el amanecer de una soleada mañana de verano, cuando la Mansión de los Ryddle aún conservaba su impo­nente apariencia, la criada había entrado en la sala y había hallado muertos a los tres Ryddle.

La mujer había bajado corriendo y gritando por la coli­na hasta llegar a la aldea, despertando a todos los que había podido.

—¡Están allí echados con los ojos muy abiertos! ¡Están fríos como el hielo! ¡Y llevan todavía la ropa de la cena!

Llamaron a la policía, y toda la aldea se convirtió en un hervidero de curiosidad, de espanto y de emoción mal disi­mulada. Nadie hizo el menor esfuerzo en fingir que le ape­naba la muerte de los Ryddle, porque nadie los quería. El señor y la señora Ryddle eran ricos y groseros, aun­que no tanto como Tom, su hijo ya crecido.

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Los aldeanos se preguntaban por la identidad del asesino, porque era evi­dente que tres personas que gozan, aparentemente, de bue­na salud no se mueren la misma noche de muerte natural.

Tom Sawyer

Fragmento del capitulo I

¡Tom!

Silencio.

‑¡Tom!

Silencio.

‑¡Dónde andará metido ese chico!… ¡Tom!

La anciana se bajó los anteojos y miró, por encima, al­rededor del cuarto; después se los subió a la frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aqué­llos los lentes de ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la oyeran los muebles:

‑Bueno; pues te aseguro que si te echo mano te voy a…

No terminó la frase, porque antes se agachó dando es­tocadas con la escoba por debajo de la cama; así es que necesi­taba todo su aliento para puntuar los escobazos con resopli­dos. Lo único que consiguió desenterrar fue el gato.

‑¡No se ha visto cosa igual que ese muchacho!

Fue hasta la puerta y se detuvo allí, recorriendo con la mirada las plantas de tomate y las hierbas silvestres que cons­tituían el jardín. Ni sombra de Tom. Alzó, pues, la voz a un ángulo de puntería calculado para larga distancia y gritó:

‑¡Tú! ¡Toooom!

Oyó tras de ella un ligero ruido y se volvió a punto para atrapar a un muchacho por el borde de la chaqueta y detener su vuelo.

‑¡Ya estás! ¡Que no se me haya ocurrido pensar en esa despensa!… ¿Qué estabas haciendo ahí?

‑Nada.

‑¿Nada? Mírate esas manos, mírate esa boca… ¿Qué es eso pegajoso?

‑No lo sé, tía.

‑Bueno; pues yo sí lo sé. Es dulce, eso es. Mil veces te he dicho que como no dejes en paz ese dulce te voy a despe­llejar vivo. Dame esa vara.

La vara se cernió en el aire. Aquello tomaba mal cariz.

‑¡Dios mío! ¡Mire lo que tiene detrás, tía!

La anciana giró en redondo, recogiéndose las faldas para esquivar el peligro; y en el mismo instante escapó el chi­co, se encaramó por la alta valla de tablas y desapareció tras ella. Su tía Polly se quedó un momento sorprendida y después se echó a reír bondadosamente.

‑¡Diablo de chico! ¡Cuándo acabaré de aprender sus mañas! ¡Cuántas jugarretas como ésta no me habrá hecho, y aún le hago caso! Pero las viejas bobas somos más bobas que nadie. Perro viejo no aprende gracias nuevas, como suele de­cirse. Pero, ¡Señor!, si no me la juega del mismo modo dos días seguidos, ¿cómo va una a saber por dónde irá a salir? Pa­rece que adivina hasta dónde puede atormentarme antes de que llegue a montar en cólera, y sabe, el muy pillo, que si logra desconcertarme o hacerme reír ya todo se ha acabado y no soy capaz de pegarle.

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No; la verdad es que no cumplo mi deber para con este chico: ésa es la pura verdad.